Cuento de Triatlón: Mis Laberintos de Triatlón
Quienquiera que tú seas, amado extranjero, que por primera vez encuentro, entrégate al encanto de esta hora y del silencio que nos rodea por todas partes, y deja que te refiera un pensamiento que se eleva ante mí y que quisiera arrojar su luz sobre ti como sobre cualquier otro, igual que una estrella, porque ésta es la misión de las estrellas. El eterno retorno.
NIETZSCHE
Y fue justamente el eterno retorno que hizo que presionara su dedo índice sobre el computador, como sentencia y abnegación para fijar un valor al desinterés y someterse al rigor y la furia de otro proceso de entrenamiento para Pucón, su eterno retorno. Ya que el honor de estar ahí, no requería un origen sino un fin.
Se encontraba pues, inscrito/a. Aquella mañana, la aldea que habitaba elegía a sus representantes, eran bastantes candidatos, sus discursos y convicciones hacían que a veces admirase sus virtudes perdiendo y olvidando las propias. No ejercitándolas y postergando su vocación de movimiento en el equilibrio de tres juegos; nadar, cabalgar su bicicleta y correr. Sentía así, que los partidarios de un gran hombre o mujer tendían a cegarse para cantar mejor sus alabanzas... fue entonces, sin ceguera, con un pueblo que se levantaba al alba a declarar sus opiniones, nuestro/a atleta, había vuelto a encontrar las verdaderas vegetaciones que cubrían el vasto cielo de sus pasiones y estaba listo para volver a entender al mundo.
Sí, entender y soportar el aspecto de un mundo que no era otra cosa que número y línea, ley y absurdo. Estaba listo para equilibrar con este mundo sus segundos, momentos, nostalgias y convicciones de deportista, idealismo de padre, de esposo, madre, esposa, amigo, amiga o célibe. Ya que, presionar el dedo índice era declarar su compromiso con Pucón, era tomar las cosas con más alegría y liviandad de las que merecen, sobre todo porque las había tomado en serio más largo tiempo del que merecían.
Fue entonces, cuando comprendió que su laberinto consistía en ser aquel ser humano que siempre soñó ser. Fiel a sí mismo, como el maestro y su discípulo, que termina siendo fiel, al estar predestinado a ser maestro también. Como los hijos que educan a sus padres, como las aves que dirigen el rumbo de los ancianos. Su laberinto estaba entonces, en vivir su proceso como una peregrinación, en la profundidad de la ruta, del asfalto y de su posición horizontal en el vasto océano. Era tener un propósito alineado con su tribu, su tribu no-deportista, aquella que lo alababa o maldecía sin términos medios a la hora de entregarse al sudor. Porque, para ellos, la manera que un alma se aproxima a otra, no es sino la manera como equilibra sus pasiones, que son las que nos permiten seguir jugando nuestra triada perfecta.
Las horas avanzaban y los ciudadanos llegaban a sus ágoras a declarar manifestaciones para sus estirpes elegidas, escogiendo otra triada perfecta de juez, padre (madre) y rey.
Nuestra/o atleta negociaba con sus aspiraciones y programaba su triada desde el alba hasta las sombras de su propio pasado.
Sus contenidos de cargas, volúmenes e intensidades los dejaba plasmados con una belleza que involucraba a su universo y entorno, su laberinto perfecto había encontrado solución. Su cometido lo confesaba para sepultar su ego y vivir un nuevo Pucón para ser alabado y no censurado por los suyos. Era como haber encontrado candidez en su oficio, nuevamente en otra triada; fuerza, sabiduría y belleza.
De pronto, comprendió que su juego compuesto de dichos tres elementos, eran manifestaciones del nuevo aire que reinaría en su voluntad. Preparar un nuevo Pucón, significaba volver a contemplarse desde donde quedó la última vez, con sus fines y hazares, su música y poesía, con aquellas compañeras tan bellas, como sensación de grandeza y eco de un estilo de vida maravilloso.
El atardecer estaba en su momento, se encontraba en aquel instante de su vida laboral en que abrazaba una profesión al amparo de su vocación. Que bueno era tener certeza que su afición estaba alineada con su oficio, y que el proceso que comenzaría a manifestarse desde el alba siguiente, estaría radicada su felicidad misma, un proceso sanador, encontrándose a sí mismo, descifrando sus fantasmas, espantando nostalgias, abrazando sonrisas, aceptando un consuelo de ser el que siempre soñó ser.
La noche había llegado, deposito en sus hombros la inventiva fantástica. Su aldea había elegido una vocación proveniente de Venus, todos cantaban y bailaban al compas de finas tonalidades; la belleza tenía algo que decir!!
¿Nos conducirá noble y virtuosamente?
Nuestro personaje, más vivo que nunca, volvió a hojear los manuscritos antiguos, recrear los escenarios dispuestos, las masacres corporales y el sediento aliento de los volúmenes consumidos.
Volvió a entender las triadas perfectas y armónicas, sus laberintos esbeltos, que esta vez seducirían su ambición. Así, hallaría en la meta de Pucón, una peregrinación de búsqueda que decidió comenzar aquel día.
Un proceso cuyo esplendor estaba en cada instante sobre el agua, cabalgando su bicicleta y absorbiendo pendientes de calles sin nombres, rutas desconocidas y mares ajenos al ego. De entender que esta vez, su meta, sería su tribu, de aquellos que lo alababan esperando día a día en su choza, un paraíso elegido y construido a prueba de tempestades.
Nuestro personaje esperaba ecos espirituales y cierto día del futuro entendió que sólo elogios fue lo que encontró al final del camino, de triadas profundas, laberintos secretos y a los suyos construidos nobles y virtuosos al amparo de una familia celestial, una familia de sudor.
por Claudio Nieto (Viernes 13 de diciembre de 2013)