Los circuitos y paisajes arbolados nos calman
Un interesante artículo en The New Yorker toca este tópico desde un enfoque más profundo, aportado por el fisiólogo Alex Hutchinson. En un hospital de Pensilvania, observaron en pacientes sometidos a cirugía de vejiga, que quienes tenían piezas cuyos ventanales daban hacia tres árboles de hoja caduca fueron dados de alta un día antes que quienes con piezas con vista a un muro de ladrillos.
Al respecto un grupo de la Universidad de Chicago liderado por el Marc Berman, realizaron un estudio epidemiológico en grandes poblaciones del área de Toronto con imágenes satelitales donde la variable a estudiar fue la densidad de 530.000 árboles v/s estado de salud de casi 100.000 personas del área recabado a través de una encuesta.
Los resultados fueron sorprendentes, pues la población con mayor cobertura de árboles presentaba menores problemas cardíacos y metabólicos como diabetes. Para una persona con alguna de estas enfermedades tres arboles extra por cuadra significaban 1.5 años más de vida.
Berman adujo que podía ser debido a que calles más arboladas invitaban a hacer más ejercicio o contenían mejor la polución, sin embargo esto no explicaba lo que sucedía en los cuartos de recuperación del hospital en Pensilvania. Entonces –y citando al filósofo Williams James- propuso que se debe a nuestra “Atención Involuntaria”, que no es otra cosa que el estado de contemplación en que “El ambiente nos estimula llamando nuestra atención de forma involuntaria, creando en nosotros un estado de suave y estimulante fascinación”, lo que sucede al fijarse en una rama al viento, o las olas en un lago, o al observar la corriente de un río. La mente fluye, el estrés se diluye y nuestra salud mejora.
Más interesante aún fue que hicieron un estudio en el que la gente que fue expuesta al medio ambiente natural, sea en gratos verano o crudos inviernos con hielo y nieve (no muy aptos para la contemplación) tuvieron mejores test de agudeza mental. En conclusión, no importa si al sujeto le “gusta” estar en contacto con la naturaleza para beneficiarse. Basta exponerse e interactuar con ella para verse beneficiado, basta una caminata después del trabajo (que es donde mejores resultados se demostró) para bajar a la quinta parte los efectos en sujetos con depresión.
El mismo efecto, pero más tenue se logra con fotos de paisajes (lo que se asimila a la situación de los árboles tras los ventanales del hospital en Pensilvania). Finalmente, estudiaron las características de los paisajes/ambientes arbolados: poseen altos contrates y variadas tonalidades. Esto lo replicaron al defragmentar elementos inorgánicos de construcciones con resultados similares a los encontrados en los estudios de sujetos sometidos al ambiente natural, lo que generaría un gran impacto en la Salud Pública si se pone en práctica en el diseño arquitectónico de hospitales.
Basado en este artículo cabe preguntarse si las municipalidades toman en cuenta la importancia que merecen las áreas verdes en la -muchas veces mezquina- planificación urbana, en cuyos casos por la ausencia de parques y vías adecuadas obligan a muchos a hacer actividad al interior de gimnasios o en multicanchas minimalistas.
Por otro lado, quienes tenemos la fortuna de contar con parques como el Metropolitano, Bicentenario u O’Higgins por nombrar algunos, o el borde costero como Viña del Mar o La Serena, acostumbramos a realizar actividad física en el exterior, y con esto lograr ese beneficioso contacto con nuestro entorno natural durante trotes suaves o pedaleos relajados, para así satisfacer esa necesidad humana por la atención involuntaria al fascinarnos con el caer de una hoja, el riso de una ola o el chapotear de la lluvia contra el piso, haciendo nuestra vida aún más saludable y plena. Hay que luchar por tener esa posibilidad, y si ya la tenemos, defenderla con fuerza y convicción contra proyectos que pudieran destruirla, pues es la salud y calidad de vida de nuestra sociedad la que está en juego.
por Adrián Rodríguez (Viernes 17 de junio de 2016)