Un lanzador nunca va a poder correr un maratón


Despertador fijo a las 5:38 AM todos los días, excepto el domingo. El domingo despertarse a las 8:00 para correr antes del almuerzo familiar. Antes del trabajo entrenar, comer las colaciones y un buen almuerzo. Masajes con crioterapia o a seguir entrenando en la tarde. Pedaleos eternos, llegar a correr bajo el sol de noviembre. Los lunes más cansado que los viernes. Un Ironman, dicen, son tan duros de preparar como correr.

“Un lanzador nunca va a poder correr un maratón, no está en nuestra genética”, me dijo un compañero de equipo de atletismo durante un entrenamiento mientras mirábamos a los corredores (o quizás algún otro competidor en un campeonato). En fin, es entendible, si nunca trotábamos más que una vuelta a la cancha. No sé quién fue el que me lo dijo, pero algo me hacía ruido, ya que nunca he sido de los que dejan que le marquen las pautas.

Durante el colegio me formé como lanzador de la jabalina, teniendo la suerte de poder entrenar en el Club Deportivo Universidad Católica y conocer grandes atletas y entrenadores que me enseñaron mucho de lo que hoy soy. Luego en la universidad participé en la selección de atletismo hasta que por lesiones bajé el entrenamiento y tuve que buscar reinsertarme en otro deporte. Cambio luego de horas y horas pasadas en salas de pesas, ¿trotar? Nunca fue de mis prioridades.

Acá pasaron años. Y deportes. Tenis, futbol, basquetbol, escalada, natación, running y mountain-bike, entre otros. En este último me quedé un buen tiempo, haciendo paseos con mi hermano y amigos, pero algo me faltaba.

En 2017 tuve la suerte de cambiar mis hábitos alimenticios. Específicamente dejé de consumir productos de origen animal. Una dieta vegetariana estricta (algunos la conocen como dieta vegana). Empecé a sentirme con más energía y a hacer más ejercicio que nunca, volví a nadar, retomé el trote y siempre andando en bici. Me di cuenta que estaba prácticamente entrenando triatlón. ¿Y por qué no? Decidí volver a entrenar formalmente y correr el Ironman 70.3 de Pucón, pero tendría que trotar. ¡Y mucho!

Ahí conocí a Rubén Arias, entrenador de TYM, y entré al triatlón. Pude conocer muy buenos amigos. Incluso a mi polola, que también es triatleta (¡Hola negra!). Cómo es sabido, corres una carrera y ya te pones a pensar en la siguiente. Pasó Pucón, dos medios Ironman más y varias carreras, y sentí que era momento: decidí correr un Ironman completo. Mar del Plata sería el lugar; diciembre 2019 la fecha. Es casi lo mismo, sólo que dos veces, le dije a mi mamá. Y claro, termina con el famoso maratón.

Cientos de kilómetros nadados, muchísimas horas en la bicicleta. Para que hablar de las series de trote. Los resultados se veían semana tras semana. Baños de hielo. Masajes. Llegar agotado a la semana de “baja”. Todo dando resultados excepcionales. Buenas series, buena potencia y ritmos constantes. Y todo con 12 kg menos que cuando era lanzador.

Durante la carrera, las condiciones estuvieron durísimas. La bici fue contra un viento inesperadamente fuerte. Llegó el momento de estacionar la bici. Las piernas ardiendo. Sólo queda un maratón y estamos. Sólo un maratón. El famoso maratón. Se sufrió, dolió todo. Hubo ratos que se bajó el ritmo y otros que se subió. Pero llegó el momento, y se terminó. Hora de celebrar.

La gente que uno se encuentra en el camino, muchos entrenadores, atletas, kinesiólogos de Crioexpert. Muchas gracias a todos. Familia, amigos y polola te apoyan cuando no das más, te acompañan y entienden tus hábitos y horarios. Todos te enseñan mucho. Gracias a todos. Pero en especial a ese atleta que me dijo que un lanzador no tiene la genética para correr un maratón. Tenías razón. No es genética. Es puro trabajo y disciplina.

Joaquín Guenim Alé

Jueves 19 de diciembre de 2019

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