Contracturas: ¿Cuándo parar?
¿Cuántas veces cuando estamos corriendo y sentimos un “pinchazo” paramos, elongamos y seguimos corriendo?
¿Cuál es la realidad oculta de las famosas “contracturas”?
Con el ejercicio y la actividad física constantemente ponemos nuestro sistema músculo-esquelético (músculos, huesos, tendones, fascia, ligamentos) en tensión y estrés. Por lo mismo, el cuerpo tiene una capacidad increíble de tolerancia y adaptación al estrés. Lamentablemente, muchas veces sin darnos cuenta, lo sometemos a cargas que en algún momento tendrán su punto de quiebre.
¿Se han preguntado que son las “contracturas”?
En realidad, nuestro sistema muscular, así como todos los tejidos del cuerpo, pasan por fases de adaptación a la carga desde un estadio agudo a uno crónico. Uno de los principales grupos musculares que sufre durante el running es el tríceps sural (formado por gastrocnemios o gemelos y el sóleo). En términos simples, esta gran masa muscular que es capaz de tolerar fuerzas mayores que la de nuestro propio peso corporal, constantemente está bajo contracción concéntrica y excéntrica, desde la fase de contacto en el suelo hasta el despegue. Esto genera que las fibras musculares se acorten y alarguen durante el movimiento. Como lo comenté en un artículo previo “Correr para estar en forma o estar en forma para correr”, probablemente dada la evolución humana, el cambio de nuestras necesidades de supervivencia, la utilización del cuerpo en las actividades de la vida diaria y la gran tasa de sedentarismo, nuestro sistema debe adaptarse rápidamente para funcionar. El primer gran cambio del músculo es la formación de bandas tensas, que pueden ser dolorosas o no al palparlas. En este momento, ya tenemos el sistema bajo carga y tensión. Si el estímulo continúa y la carga aumenta, dentro de estas bandas tensas pueden formarse los famosos “puntos gatillos” o “trigger points”, que básicamente son puntos de una fibra muscular isquémicos (es decir con baja irrigación sanguínea) que celularmente cambian la capacidad contráctil y la generación de impulsos nerviosos. Estos puntos en si mismo pueden ser fuentes de dolor y pueden referirse a otras zonas de la originaria (figura 1).
Por lo tanto, en un sistema muscular fatigado una pequeña perturbación externa, desde correr sin un adecuado calentamiento, pisar una piedra o tropezarse, puede llevarnos a sentir el “pinchazo”. Este pinchazo podría eventualmente ser un aviso o espasmo protector frente a una tensión no tolerada por la fibra muscular, pero también puede ser una micro ruptura o desgarro (rotura parcial de las fibras musculares). El problema está en que no tenemos cómo saber si la fibra está dañada o fue un mecanismo protector del músculo. Es por esto que debemos tener mucha precaución a la hora de ser “auto suficientes” y tratar de solucionar el problema elongando o estirando el grupo muscular afectado. Si la fibra está dañada, estirarla generará mayor daño, empeorando el cuadro.
¿Qué hacer en esos casos? Como profesional y corredora, mi recomendación siempre será “escucha tu cuerpo”. Es necesario detener la actividad, aplicar hielo si estamos con presencia de dolor (ojo, el hielo directo puede quemar la piel. Nunca usarlo directamente y máximo 10-12 minutos) y visitar a un profesional de la salud que nos ayude a descartar una lesión. Clínicamente, un desgarro se puede identificar cuando el dolor es puntual (se puede localizar con la punta del dedo), el mecanismo se asocia a un tirón o pinchazo, presencia de dolor/molestia al estirar y contraer el músculo, y en algunos casos producción de hematoma (moretón). Pero cuidado, esto no siempre ocurre, por lo que pueden haber pequeñas lesiones ocultas que finalmente se reparan inapropiadamente porque el tejido no tuvo el reposo o manejo necesario, generando pérdida de flexibilidad del tejido y mayor predisposición a la falla.
Quizás algunos recuerden haber pasado por una situación similar, que efectivamente estirando o modificando la actividad, se les terminaron los síntomas. Esto puede ocurrir, sobre todo considerando lo diferentes que somos como seres humanos y las distintas capacidades de reparación de nuestros tejidos. Aún así, no podemos dejar de olvidar que nuestro cuerpo se adapta, y finalmente el cerebro entiende de movimientos y no de músculos, por lo que hará lo que sea necesario para que sigamos moviéndonos. Si extendemos nuestras disfunciones, el cuerpo se adaptará y compensará lo que sea necesario para mantenernos funcionales, hasta que llegue un momento donde otras estructuras se verán sobre cargadas y tendremos que definitivamente detener la actividad, ya que nos veremos imposibilitados de seguir. Tratemos de no llegar a este punto, la prevención es responsabilidad de nosotros mismos.
Por último, quisiera reforzar que conceptualmente una lesión relacionada al running se define como “dolor músculo-esquelético relacionado al running (entrenamiento o competencia) en las extremidades inferiores que causa restricción o detención de correr (relacionado a la distancia, velocidad, duración o entrenamiento) por al menos 7 días ó 3 sesiones de entrenamiento consecutivos, o que requiere que el corredor consulte a un médico u otro profesional de la salud”. Por lo tanto, cuando una molestia asociada al entrenamiento persiste por más de una semana, podría ser una lesión y no sólo dolor muscular posterior al ejercicio. Todo aficionado del running entiende que tener que dejar de correr por una lesión no sólo nos afecta en lo físico, sino que en lo emocional y social. No es mejor quien corre más kilómetros a la semana, sino quien puede mantener una actividad sana que perdure en el tiempo.
Klgo. Manuela Besomi M.
Facultad de Medicina Clínica Alemana-Universidad del Desarrollo
56-2-23279648
mbesomim@udd.cl
Martes 21 de junio de 2016