Pablo Casassas en el Patagonman y una campanada por sus amigos

Race Report Patagonman 2022

“Qué te puede atrapar, si ya te sentís enamorado”.

Con estas palabras, un triatleta finisher en 2018, Pablo Agüero, parte el video oficial de la prueba.

Y así ha sido para mí, la relación con este maravilloso deporte. Nunca me había faltado la motivación en estos 30 años practicándolo.

Inscrito en la lotería, salí sorteado. Tenía el cupo.

Luego, lo por todos conocido: Pandemia, encierro, suspensión… y muerte. A finales de 2021, perdí a dos personas muy queridas, una de ellas en un accidente horrible. Entonces, cuando la vida te golpea de esa manera, y un día disfrutas con tus amistades y 48 horas después, los estas despidiendo en el cementerio, me cuestioné lo frágil y efímero de la vida misma.

¿Dónde encontrar la motivación? ¿Cuándo no tienes ganas de nada?

El tiempo pasaba, la fecha se acercaba y afortunadamente la encontré en fotos antiguas, donde aparecían compañeros de nuestro club de triatlón Rolf Nathan, los que partieron hace ya algún tiempo, y con los cuales disfrutaba mis primeras participaciones. Recordando todos esas alegrías y buenos momentos, decidí no renunciar y participar en la prueba, y rendirles el más humilde de los homenajes, por todos esos buenos tiempos.

Para tenerlos presente siempre, puse sus apellidos en el cuadro de mi bicicleta y de a poco comencé a entrenar nuevamente hasta llegar a un nivel medianamente digno.

Día de la prueba

No entraré en detalles, pero es sabido que te lanzas de un ferry. Las condiciones eran pésimas, tanto que le converso a un marino, lo rápido que íbamos (por el agua que veía avanzar por los costados) y me responde: “todavía no zarpamos”.

Después de nadar una distancia menor, por disposiciones de la marina, sales a dar pedaleadas por algo así como “El jardín del Edén”, pero con un viento “del infierno”, los que vimos los videos de las experiencias de los triatletas, en las ediciones anteriores, en “rotativo”, nos percatamos de que tenían razón. Es subir, subir, subir y seguir subiendo y no termina nunca y la paciencia, y fuerza se acaba, y te golpea el viento, y aparecen los demonios, tu cerebro peleando con tu mente etc…

Lo único que quería era “patear la cleta” estaba chato, pero luego llegó la bajada del diablo y tienes 10 Km de una bajada, con viento en contra, pero al menos bajada. Al final mi cleta, se portó tan bien, que me despedí de besito de ella en la T2.

El trote es matador. 5 kilómetros planos y luego subir por un cerro interminable. Para mí, inexperto en trail, encontré muy técnico el circuito, hasta que llegamos al fin (pensaba yo), al camino de ripio. Sube que sube, baja que baja, las rodillas crujían más que las raíces que uno pisaba. En el km 30, te encuentras con tu soporte, quién puede correr contigo los últimos kms, que son 14. Yo escogí a mi ahijada Mariajosé (todo junto), quien está dando sus primeros pasos en la disciplina. Hay que decir que sólo me detuve en ese trayecto, en la bajada final y en el salto de agua de Puerto Ibañez, puesto que la naturaleza por la zona es abrumadora, nos tomamos algunas fotos y a seguir a la meta.

Cuando entramos al asfalto, después de todo lo vivido, la lluvia de emociones es tremenda.

Y luego, a medida que me acerco a la meta, a lo lejos, colgada de un pequeño portal, diviso la campana, trato de entrar dignamente los últimos metros, me doy un respiro y doy una campanada mencionando a cada uno de mis ex compañeros del “Rolf Nathan”, Rodrigo Guajardo, Manuel Atria y Bernardino Carreño, con quienes vivimos especiales momentos. Ellos me devolvieron la motivación para entrenar y poder afrontar esta prueba y seguir adelante.

Siempre en la memoria, eternamente en mi corazón.