Felipe Mañalich: “Darlo todo. Y después, dar un poco más”


Race Report Ironman World Championship Hawaii 2018

El puro hecho de clasificar a esta carrera era un privilegio y sentía, por un lado, un gran compromiso por la posibilidad de vivir el sueño de muchos, y por otro, una tremenda responsabilidad por representar a Chile en un Campeonato Mundial.

Sabía que en mi debut la isla me iba a dar una pelea dura y venía mentalizado a dársela de vuelta, con toda la humildad que un contexto así amerita, pero tratando de minimizar al máximo las “variables controlables”. Por lo mismo llegamos a Kona 10 días antes de la competencia, para tener algo de tiempo para aclimatarme.

Al bajar del avión ya te das cuenta que esos rumores del calor y la humedad son ciertos, y de inmediato uno piensa en “cómo cresta voy a poder hacer un Ironman en estas condiciones… si es brutal”. Ahora bien, como para todos iba a ser igual, a enfocarse en hacer lo propio de la mejor manera posible.

Los días previos, los entrenamientos empezaron a salir de a poco mejor, pero siempre con el pulso mucho más alto de lo normal, dadas las condiciones. Jorge, mi coach, me alentaba a que no me preocupara tanto de la frecuencia cardíaca, sino a cómo me iba sintiendo; y que así fuera antes y durante la carrera.

Es increíble la puesta en escena del evento en sí. Todo gira en torno a la carrera, cada marca está presente con sus nuevos chiches, la bahía tiene escoltas en bote, miles de ciclistas rodando por la Queen K Highway y Alii Drive lleno de stands de hidratación y nutrición dispuestos para quienes estén entrenando… y todo gratis.

A eso hay que sumarle que este es probablemente el único deporte donde uno puede compartir con los mejores profesionales de una forma democrática y eso es tremendamente inspirador. Es realmente un Mundial y para todos.

Mi objetivo era que Kona no me la ganara, como a la gran mayoría le pasa la primera vez que viene. Muchos me preguntaron que cuánto quería hacer (en tiempo) y a nadie le di un pronóstico, porque mi sueño era más emocional: quería cruzar la meta no sintiéndome derrotado. Ahora bien, como la carrera ya terminó, cuento la interna: menos de 10 horas en mi primer Hawaii era algo que me emocionaba de sólo pensarlo.

La Natación

Confiado en el trabajo de natación que había hecho, busqué un lugar adelante en la largada, como en la mitad del cardumen que flotaba en Kailua Bay minutos antes que sonara el cañonazo. Salíamos todos juntos, así que sabía que el principio sería una masacre. Acá todos nadan, pedalean y corren bien, y por lo mismo no iba a haber tregua alguna.

Y así fue: el primer kilómetro a tope, dando y recibiendo patadas y combos como loco, hasta que el choclo en algo se desgranó. De a poco fui encontrando mi ritmo saliendo un poco más lento de lo esperado y al tocarme el Speed Suit en la T1 me di cuenta que alguna uña me había rajado la espalda… quizás fue eso o que no conocer tan bien el circuito me hizo nadar según mi GPS 166 metros más.

  • Resumen del segmento: 58min 26seg en 3.966mts (a ritmo 1:28 el 100).

La Bicicleta

La estrategia en la bicicleta era la lógica, pero que rara vez uno logra cumplir.

Lo que generalmente pasa, y más encima en un circuito tan fuerte y competitivo como este, es que la mayoría quema muchos cartuchos en la primera mitad, pero las mejores carreras se dan a la inversa… con el famoso término gringo “negative split”.

Algunos me pasaban, pero me concentraba diciendo “todos son súper héroes hasta el km 120” y no me salí nunca de la parte baja de mi Zona 2; aún así iba haciendo una bici muy competitiva. Como nadie quiere soltar se producen grupos grandes que dan espacio para el drafting, y antes de llegar a la subida hacia Hawi pilló uno “nivel Tour de France” y me da tanta rabia que me pongo a gritarles alguna que otra grosería gringa. Luego de pasarlos pillo a Eduardo Della Maggiora y para descansar la cabeza le tiro una talla y para mi sorpresa no me contesta. A los 10 segundos me doy cuenta que fue porque justo iba un juez en moto cerca y al verme conversar me saca una tarjeta azul (drafting), lo que me obligaba a detenerme en el próximo Penalty Box. Nada que hacer… rules are rules.

Doy la vuelta en Hawi y poco después llego al Penalty, lo que me obliga a bajarme 5 minutos de la bici, los más largos de mi vida, pero sin desesperar porque venía a un ritmo muy bueno. Mi plan nutricional también venía funcionando porque mi energía estaba perfecta. El calor ya era tremendo eso sí (debo haber tomado 4 litros en los primeros 100k).

Me monto de vuelta sabiendo que ahora empezaba la verdadera carrera y subo el ritmo un poco para empezar a pasar competidores de vuelta. Me seguía diciendo que ahora iban a caer como palitroques, sin saber irónicamente que, en breve el palitroque, literalmente iba a ser yo.

La Caída

En el km 120, me como un gel que por lo rápido que iba me deja las palmas resbalosas al apretarlo. En una bajada iba en las barras a unos 55km/h y repentinamente mi rueda delantera pega en un montículo que no se veía y pierdo el control; por reflejo me agarro del manubrio para controlar, pero las manos con gel me jugaron una mala pasada y ya no había nada que hacer: caigo con la cabeza y todo el costado derrapando unos 20 metros hasta pegar con una camioneta estacionada al borde de la ruta. El pavimento es negro como la lava y hervía como la misma… el dolor era insufrible.

Me logro poner de pie y lo primero que hago es gritar al cielo: “¡¿Por qué en esta fckn’ carrera?! En eso aparece una familia espectadora y me socorren. Me tratan de contener y ayudan a levantar la bicicleta. La adrenalina me tenía como un energúmeno y mil pensamientos por milésima de segundo se me cruzaban, donde la pregunta recurrente era “¿Qué cresta hago?”.

La misma familia me dio agua y mientras me trataban de calmar me examiné físicamente: pelado y quemado en muchas partes, pero la cabeza y articulaciones en orden. Con eso sobre la mesa, y con la adrenalina aún arriba, decido tratar de terminar (al menos el ciclismo). Lo siguiente era chequear la bici: todo impeque, menos el desviador un poco corrido y la rueda delantera destruida. Sin saber qué hacer, aparece un mecánico y me ayuda corrigiendo el desviador y me presta una rueda delantera… me lo tomé como una señal como que debía seguir la batalla.

Me dieron mucha agua, me embetunaron las heridas en bloqueador solar, le agradecí infinito a esta “familia ángel” y emprendí de vuelta a Kailua Bay.

Me dolía todo, pero seguí el instinto y dejé de mirar mi computador; a pura sensación empecé a encontrar de vuelta el ritmo. Sólo lo chequeaba cada cierto rato para que no hubiera algo raro… mal que mal estaba herido y quería seguir en competencia, por ende, no salirme de la Zona 2 seguía siendo la referencia.

En estos 60km pasé de vuelta a mucha gente y no me pasó nadie. Y todos tenían la misma reacción: primero los escuchaba decir algo como: “Ohhh dude! WTF!”; y después un alentador: “You got this man!” (algo de aliento).

Venía llegando a la segunda transición y dos pensamientos eran mi copiloto: lo primero era cuánto hubiera hecho en la bici sin el penalty y la caída (15-20min menos calculo) y lo segundo era que el momento de la verdad iba a hacer cuando pisara con la rodilla derecha.

Resumen del segmento: 4hrs 48min en 180k con 1.400 metros de subidas (a 37.8km/h promedio) y sin restarle la penalización y la caída.

El trote

Al pisar mi rodilla derecha acusó un dolor que me hizo pensar que iba a tener que abandonar inmediatamente. A esto hay que sumarle que tenía nula rotación toráxica porque en la espalda, brazo y hombro derecho no quedaba piel. A pesar de todo me propuse una pequeña meta: llegar a la carpa a recoger la indumentaria para cambiarme y luego de una transición de más de 9 minutos, lo logré.

Luego, y acá viene la parte romántica, pensé en la Jose, que me ha apoyado incondicionalmente en todo este proceso y que sabía que estaba al sol esperando verme salir correr (ella no tenía idea que me había accidentado) y me motivó a una meta más ambiciosa: demostrarle con quien se iba a casar en diciembre.

A pasito cortito salí del parque cerrado más concentrado que nunca, calculando que a un metro el paso, estaba a 42.125 pasos de lograr a lo que vine: ganarle a Kona.

De ahí para adelante todo fue en “modo supervivencia”. El calor era sanguinario, aunque irónicamente la sangre de mis heridas hacía que el sufrimiento estuviera más enfocado en ellas que en la sensación térmica.

Ahora ya no quedaban otros competidores ni tiempos que cumplir, solamente intentar ser merecedor de la medalla de Finisher.

Luego de una maratón de 3hrs 48min, por lejos la más lenta de mi vida, lo logré.

  • Tiempo Final: 9hrs 49min

Al cruzar la meta me vino un colapso físico y mental y creo que el segundo se dio por el nivel de stress psicológico gatillado por el diálogo interno que tuve que enfrentar. Porque sí, luego de esta carrera siento que desplacé mi umbral de tolerancia al menos 140.6 millas más lejos.

No vine a ganar, pero me quedo con una sensación de victoria absoluta.

La buena performance, habrá que demostrarla en otra ocasión.

Por ahora,

  • FM: 1
  • Kona: 0

Quiero agradecerle a Jorge Cajigal por ayudarme a ser una mejor versión de mi, a Pancho Zurob por su servicio y a Kinelab, por sacarme adelante sin lesión alguna. Gracias al conocimiento de la Pili Caviedes en el agua y a Felipe Araya en nutrición. Gracias a mi agencia Museo por su paciencia y a todos los que me han apoyado con sus arengas y mensajes.

Gracias a mis papás por darme la vida y gracias a mi Josefina por darle un sentido a la misma.

Aloha (amor en Hawaiiano) para todos.

por Felipe Mañalich

Fecha de la carrera: Sábado 13 de octubre de 2018

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