Rodrigo Ortuzar: IM Brasil 2013


PRIMER MARINO IRONMAN

Haciendo un poco de historia

Hace 35 años en Hawaii, el Comandante John Collins de la Armada de Estados Unidos tuvo la idea de juntar 3 de las competencias deportivas más exigentes en una sola pasando a denominarla Ironman. Así el 18 de febrero de 1978, se presentaron 18 atletas en la playa, pero solo 15 se lanzaron a las aguas del Océano Pacifico en busca de los 3,8 km de natación, para continuar con los 180 km de ciclismo y los 42 km de la maratón. Al final, 12 competidores cruzaron la meta, resultando ganador Gordon Haller, ex marino especialista en Comunicaciones, con un tiempo de 11 horas 46 minutos y 58 segundos, quien tuvo que lidiar con buzos tácticos e infantes de marina destinados en la Base Naval de la isla.

Siguiendo la huella trazada en Hawaii, en 1986 con motivo del aniversario del entonces Comando de Buzos Tácticos, la Armada de Chile organizó una competencia de triatlón, destacando la participación de los entonces Tenientes De la Hoz y Tossi, y los Subtenientes Nettle, Budge y Ortúzar junto a los Cabos Parra, Villagrán, Angulo, Pedreros y Román, entre muchos otros. Posteriormente, cada uno de estos marinos seguiría participando en actividades deportivas de manera individual dadas las exigencias del servicio naval al cumplir funciones en diferentes zonas del país. Aún cuando en 1989 los tenientes Budge y Ortúzar organizaron el primer triatlón de Punta Arenas, cuya natación fue efectuada en las gélidas aguas del Estrecho de Magallanes.

En el año 2009, coinciden bajo la misma dependencia el ahora Capitán de Navío Rodrigo Ortúzar junto al Suboficial Juan Angulo, quienes deciden fundar el Equipo de Triatlón Armada, el que desde esa fecha ha estado presente en el circuito nacional con destacados competidores como el Teniente Cedric Gibbons y el Profesor Civil de la Escuela Naval Juan Carlos Torres, y cuyo equipo tiene 52 integrantes, entre hombres y mujeres, distribuidos entre Iquique, Valparaíso, Talcahuano y Puerto Montt. (En la foto Juan Angulo a la izquierda y Rodrigo Ortuzar a la derecha). 

Mi experiencia en el Ironman de Brasil

Nunca he sido un atleta de elite pero la fortaleza y la voluntad forjada desde la adolescencia, impregnaron ese sello de ponerme objetivos difíciles de alcanzar. Después de tres años tratando de inscribirme por Internet, el 2012 logré el ansiado cupo para participar en una de las pruebas más exigentes del mundo y anhelo de todo triatleta amateur. Pero estaba claro que esta era la primera valla que habría que salvar, pensando en el resto del año que tenía por delante para mantener el balance entre el trabajo, el entrenamiento y, por supuesto, la familia. Sin este pilar fundamental, nada tendría sentido ni trascendencia.

Así, en lo macro, la primera meta fue ponerme a punto para Pucón, después los 21 km en la Maratón de Santiago, para luego entrar en el tapering. En resumen, poco pero bueno.

Pero Murphy apareció en el camino y cuando estaba listo para bajar las 6 horas en Pucón, el día anterior a la prueba me desgarré un gemelo y la carrera se convirtió en un suplicio a pesar estar forrado en “tape”. Del tiempo y del lugar no me quiero ni acordar, pero raya para la suma: cruce la meta. Por supuesto tuve que parar un periodo pensando en el próximo desafío, con el apoyo del entrenador Juan Carlos Torres que fue fundamental, tanto técnico como sicológico.

El 7 de abril, la Alameda de Santiago me puso a prueba y baje mi tiempo en 24 minutos, lo que confirmaba que estaba en buen camino, por lo que feliz regresé a Viña. Las salidas en bicicleta hacia Algarrobo o Pichidangui habían complementado la rutina semanal junto a las extensas sesiones en la piscina de 50 metros de la Escuela Naval, nadando junto a los cadetes, lo cual constituía toda una motivación adicional después de 33 años de haber pasado por esa condición.

El miércoles 22 de mayo viajamos a Brasil, junto a mi esposa y los 4 hijos para instalarnos en un hotel de la localidad de Canasvieiras, pero ese día no pude ver nada, ya que el vuelo se retrasó y llegamos a las 2 de la mañana. El jueves fuimos a reconocer terreno en la playa y alcancé a nadar 2.000 metros percatándome que en el tramo final la corriente Norte-Sur era muy fuerte y habría que tomar precaución con las referencias en la playa. El resto del día fue recibir el kit de competencia, asistir a la charla técnica en portuñol, un trote por el área y a comer pastas.

El día viernes estaba dedicado a la familia. Partimos temprano al parque de diversiones Beto Carrero a 150 km de distancia y los chicos lo pasaron fantástico, mientras yo trataba de caminar poco e hidratarme mucho. El regreso del parque fue caótico, ya que estuvimos pegados en un taco por 2 horas. Apenas alcance a llegar a la Pasta Party y luego a descansar.

El sábado salí temprano a probar la bici, la que debutaría por primera vez en un triatlón y luego aproveché de llevarla al mecánico de la Expo que la dejó en perfectas condiciones para la ocasión. Aún tenía el mal recuerdo del Ironman en Dorset, Reino Unido, el 2008, en donde por no llevar la bicicleta al mecánico después de desembalarla, provocó que se me saliera la cadena en al menos 10 ocasiones, lo que incluso generó que me cayera provocando una lesión que a la larga hizo que me tuviese que retirar en el tramo del maratón con el tobillo absolutamente inflamado. Por lo tanto, la revancha constituía una sana motivación adicional.

Pero ahora era diferente y me preocupé de todos los detalles repasando continuamente todo lo que debería llevar y pensando en la secuencia de eventos para hacer las transiciones más rápidas y seguras. Así y todo se me quedó el bloqueador solar, el que afortunadamente no fue imprescindible.

El domingo me levanté puntualmente a las 4 AM y 30 minutos después estaba tomando desayuno junto a otros 10 triatletas de Alemania, Argentina, Brasil y Chile. Al parque de bicicletas llegamos a la 5:15 y después de embetunarme en vaselina me coloqué el traje de neopreno y partí hacia el punto de partida. Hice un calentamiento en el mar y me ubiqué en la línea de partida. Estando allí me preguntaba como iba a esquivar los más de 2.000 pares de brazos tratando de alcanzar la primera boya, pero mi estrategia era partir full al principio para tratar de buscar mi espacio. La largada fue ordenada y la ansiedad estaba controlada, siempre pensando que quedaban muchas horas por delante. En la primera salida hacia la playa había que tramo sobre la arena, el cual me empeñé en sortear corriendo, aún cuando por sorpresa la mayoría iba caminando, con lo cual me gané más de un “take it easy”.

Optimista había pensado salir del agua en 1 hora 20 minutos, pero para mi sorpresa lo hice en 1:17, lo cual confirmaba que la “técnica” que insistentemente me repetía Juan Carlos Torres era la forma de enfrentar esta etapa, con el objeto de ahorrar energías para lo que quedaba por delante. La transición fue un trámite rápido y a montarse en la bici.

La primera vuelta de 90 km fue rápida para mi rendimiento, pero la segunda se hizo mas pesada, ya que en la parte Sur de la isla salió un intenso viento. La alimentación propia y la de la organización fueron óptimas, en donde no faltaron los geles, las pastillas de sal, los plátanos, el isotónico y el agua. También me había guardado un sandwich de queso con jamón, pero no sentí la necesidad de comerlo. Mi parcial había sido de 6 horas y 8 minutos y optimista había pensado en 6:30, lo que también me dejaba contento, ya que hasta ese momento no había sentido cansancio.

Tenía claro que en la maratón comenzaba mi competencia, ya que no soy buen corredor y la verdad es que concientemente entreno poco esta prueba ya que hace varios años fui operado de una hernia lumbar y tengo pegadas dos vértebras.

Me bajo de la bici con el gesto técnico propio de una transición de un Sprint pensando que me iba a dar un calambre y que estaba abusando de que hasta ese momento el cuerpo iba a responder. Pero salí corriendo como si nada en busca de mis zapatillas.

Salgo de la transición y siento como si las alarmas de control automático de un buque anunciaran que mis piernas están sobrecalentadas y que no iba a ser fácil mantener el ritmo de carrera programado. Y así fue.

Todo quienes han corrido este Ironman conocerán que en los primeros 21 km existe una corta pero inclinada subida hacia Canasvieiras que obliga a los “mortales” a caminar. De los 40 atletas que íbamos a enfrentar este muro, sólo uno subió corriendo. Un chileno del Team Bustos a quien con mucho orgullo le grite “Vamos Chile”.

Entre los 21 y los 32 km mi ritmo bajó, aún no mis ganas de continuar. Mi familia me animaba, mientras yo trataba de responderles con una sonrisa. Ya había caído la noche y aparecieron en los puestos de abastecimiento una rica sopa (sopiña) que hizo estimular los cansados músculos. Entrando en la última vuelta y faltando 10 km me cambié la mojada polera, por otra seca que tenía impresa la bandera de Chile y el escudo de la Armada. Curiosamente, el cansancio desapareció, la sonrisa natural volvió y los espectadores comenzaron a corear el nombre de nuestro país. Mi ritmo aumentó notablemente, comencé a sobrepasar a quienes me había dejado botado en los 21 y me encumbré en busca de la meta.

Previo a la entrada me esperaba mi familia y reconociendo que me podían penalizar en 20 minutos cruce la meta junto con ellos en 13:46:43. Era la primera vez que veía que mi alegría se reflejaba en sus caras y que sentían la misma emoción de cruzar la meta después de tanto esfuerzo. Soy un Navy Ironman.

Rodrigo Ortuzar
Armada de Chile

Fecha de la carrera: Domingo 26 de mayo de 2013

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