42.195 metros de historias en el asfalto


Revista Alto Rendimiento ADO Chile

Por María Elena Guzmán M.

La clásica del maratón: la epopeya aeróbica máxima; los protagonistas de la historia, de la comedia y también de la tragedia; las maximarcas sobrehumanas en los trazados más rápidos del planeta. Los cronos increíbles de Haile Gebrselassie y Paula Radcliffe en esta década, pasando por los oros olímpicos del inolvidable e infortunado Abebe Bikila, de Carlos Lopes o de Joan Benoit. Y tras ellos, muy atrás, los maximarquistas criollos Omar Aguilar y Érika Olivera, héroes de una distancia legendaria en Chile, pero que no logra sin embargo, acercarse al nivel mundial.

La escena que estaba por iniciarse iba a ser historia pura: era el 5 de agosto de 1984 y 50 mujeres en short y camiseta estaban tras la línea de largada del que sería el primer maratón olímpico femenino, en Los Ángeles. Una carrera que, lejos del mero resultado contra reloj, significaría la validación física de la mujer en el deporte. Es que 56 años antes las damas habían sido vergonzosamente vetadas de la competición olímpica para carreras de fondo y semifondo dada su supuesta incapacidad. Por lo que estos 42.195 metros iban a ser una reivindicación del deporte femenino… o su fin. ¿Caerían las atletas a los pocos kilómetros, en medio de un triste espectáculo de extenuación y fragilidad?

Sonó el disparo metálico y a buen tranco partió el pelotón. Salieron del Santa Mónica College y ya a los cinco kilómetros una estadounidense de gorro blanco pasó adelante y sacó seis segundos de ventaja al resto: era la entonces maximarquista de la prueba, la menuda Joan Benoit. Entre las competidoras se contaban sus grandes rivales, las noruegas Grete Waitz e Ingrid Kristiansen y la portuguesa Rosa Mota… ¡Qué grupo histórico de fondistas!


Joan Benoit


Grete Waitz

A los 15 kilómetros, la ventaja de Joan Benoit había aumentado casi al minuto; y a los 25, ya iba dos minutos en adelante en solitario. Muchos pensaron que había atacado demasiado pronto y que pronto caería en el intento.

Sin embargo, pasó la “Pared’’ (momento del descalabro fisiológico en el maratón) y resistió. Devoró los kilómetros de asfalto y el ingreso a la meta en el Memorial Coliseum la sorprendió con el rugido de la multitud ovacionándola: dio el giro al óvalo y el reloj marcó las 2 horas, 24 minutos y 52 segundos de la gloria. La mujer había triunfado y el maratón le había dado la bienvenida definitiva al largo aliento.

Como ésta, millones de historias de victoria, de tragedia, de heroísmo y dolor se han sucedido en torno a la mítica prueba. Como los dos oros olímpicos consecutivos del legendario etíope Abebe Bikila en los Juegos de Roma ’60, a pies descalzos y junto a su hermano el históricamente olvidado Albalonga Bikila, y en los de Tokio ’64, a sólo semanas de una debilitadora apendicitis; y el terrible revés que le mostraría la vida cuando en 1969 se accidentara cerca de Adís Abeba quedando inmovilizadas sus piernas, como cruel contraste del poderío con que cubrió los 42.195 metros.


Abebe Bikila

En los tempranos años ’60 Bikila tuvo la maestría de inaugurar la hegemonía de los africanos en los podios olímpicos y en el listado de maximarcas mundiales. Lo seguiría muy pronto el keniano Kip Keino en la pizarra de cronos para los cinco y tres mil metros… Pero en el endurance grande, Bikila lo inició todo para África.

Bikila fue el primero de aquella raza indomable capaz de ganar dos maratones olímpicos, honor que comparte con el germano oriental Waldemar Cierpinski, oro en Montreal ’76 y en Moscú ’80, a quien la ausencia de Occidente en el certamen soviético lo privó de una gloria mejor reconocida.

Figuras superlativas rondan todo el territorio de los 42 kilómetros. Como los capítulos contrastantes y épicos de los actuales maximarquistas mundiales el etíope Haile Gebrselassie y de la británica Paula Radcliffe.

O como los relatos de inolvidables personajes como el portugués Carlos Lopes, quien en Rotterdam 1985 se convirtió en el primer hombre en bajar de las dos horas y ocho minutos con sus 2hr.07,12 y quien un año antes había ganado el oro olímpico en Los Ángeles. Como muchos fondistas, Lopes era un hombre de origen modesto, que trabaja en una mina, hasta que fue descubierto y ganado para el atletismo, pasando desde rendimientos muy mediocres, hasta la consumación del alto rendimiento.


Carlos Lopes

Es que la distancia más larga del programa atlético oficial es tan enorme y tan extenuante, que permite hacer un paralelo con el transcurso de la vida misma. Y como dice el autor Javier Serrano, el maratón es tan duro, que se gana con la mente, la única que nos mantiene en pie cuando el físico ya no es capaz de seguir: son “42 kilómetros de reflexiones y 195 metros’’.

“NIKÉ’’ y la distancia mítica

¿Por qué el maratón es la única de las pruebas atléticas que posee nombre propio? Cuenta la leyenda y la historia lo corrobora, que en el año 490 a.C. un guerrero griego llamado Fidípides corrió sin pausa desde el puerto de Maratón hasta la colina de la Acrópolis, en Atenas, para informar del triunfo del General Milcíades sobre los persas. La carrera terminó con el mensajero desmoronándose en heroico final tras anunciar la victoria helénica a su pueblo con la voz griega de “¡Niké!’’ (victoria).

Es por ello que, cuando a instancias del Barón Pierre de Coubertin, se revivieron los Juegos Olímpicos en 1896, con sede Atenas, los griegos quisieron honrar su leyenda incluyendo una carrera entre el Puerto de Maratón y Atenas. La distancia entre ambas ciudades es de 40 kilómetros. Y esa fue la longitud entonces del primer maratón olímpico moderno.

Y en esos Juegos de Atenas 1896, el local Spyridon Louis salvó el honor de una nación entera, al ganar el único oro de su país en las pruebas atléticas.

Hoy puede parecernos contradictorio el hecho de que este primer maratón de la era moderna no se haya corrido sobre los 42.195 metros que hoy parecen tan obvios.

Pero el hecho es que estos 42,195 kilómetros actuales sólo se correrían a partir de 1908, en los Juegos de Londres, y no por una rectificación acertada de la distancia mitológica, sino porque esa era la longitud entre el Palacio de Buckingham y el estadio olímpico londinense.

¿Por qué en el caso del maratón no se habla de “récords’’ si no de “mejores marca’’? Simplemente porque el concepto “récord’’ se aplica a las marcas en pruebas de pista, pues se considera que todas las pistas poseen exactamente las mismas medidas y características. Sin embargo, en trazados callejeros, cada circuito presenta condiciones topográficas distintas y entonces se aplica el término de “mejores marcas’’. Por lo demás, las distancias en ruta se expresan en kilómetros, y las de pista, en metros.

Tierra de Gigantes

Quizás si una de las reconversiones más fantásticas y exitosas de un fondista desde el endurance de pista al maratón, es la del etíope Haile Gebrselassie. Con sólo 1.65 metros de estatura y 56 kilos de peso, el “Rey Gebre’’, el hijo de un granjero etíope, fue capaz de vencer a los batallones de los gigantes kenianos para lograr dos oros olímpicos sobre los 10 mil metros (Atlanta ’96 y Sydney 2000), y además en los 25 giros al óvalo sumó cuatro oros al hilo en los Campeonatos Mundiales de ’93, ’95, ’97 y ’99. Por si fuera poco, en la década de los ’90 hizo lo que quiso en el fondo y logró siete récords planetarios entre los cinco y los 10 mil metros.


Haile Gebrselassie

Y cuando su velocidad ya no fue suficiente como para seguir su lucha contra reloj en el “fondo corto’’, inteligentemente hizo el gran cambio de su vida hacia los 42K. Echó mano a su tremenda resistencia; a sus toneladas de kilometraje acumuladas; y a su destreza natural para el traslado biomecánico por el asfalto, para demostrar que era en la longitud más extensa del programa atlético donde pensaba seguir su reinado.

En el trazado de Berlín 2007 dio su primer gran golpe a la tabla con una maximarca global de dos horas, cuatro minutos y 26 segundos, destronando al keniano Paul Tergat quien reinaba hasta entonces con 2hr.04,55. Y al año siguiente mejoró su propia maximarca, de nuevo en la cita berlinesa, con las impresionantes 2hr.03,59 que lo convierten en el único hombre que ha bajado de las dos horas y cuatro minutos.

Hoy “Gebre’’ es un rey en su país

Y Paula Radcliffe es la reina en el suyo, Gran Bretaña. Puede sonar extraño, pero en un mundo donde África es la que domina masivamente en las instancias del alto rendimiento para las pruebas de resistencia, esta espigada rubia de 1.73 metros echó por tierra todos los prejuicios raciales que hablaban de la superioridad negra en el endurance.

Con un estilo francamente desconcertante, meneando la cabeza de arriba hacia abajo, a pasos agigantados por el cemento, destartalándose al más puro estilo del inolvidable Emil Zatopek; rubia, con el pelo tomado en una cola de caballo; con esas calcetas blancas y largas absolutamente atípicas en el fondo contemporáneo, la aparición de Paula Radcliffe pareció un espejismo surrealista en aquel maratón de Chicago 2002, cuando le arrebató el cetro a la keniana Catherine Ndereba (2hr.18,47) para convertirse en la primera mujer que lograba correr los 42K bajo los 2hr.18,00 con su increíble registro de 2hr.17,18.


Paula Radcliffe

Pero lo fundamental es que la británica recuperó para Europa una maximarca perdida en 1998, cuando la keniana Tegla Loroupe registró 2hr.20,47 y le arrebató el registro a la noruega Ingrid Kristiansen (2hr.21,06 de 1985).

Así, tras cuatro años de dominio africano y asiático en el maratón -en 2001 la japonesa Naoko Takahashi había rebajado el crono de Loroupe, con las 2hr.19,46 que luego serían mejoradas por Ndereba- Radcliffe demostró que la hegemonía en el fondo no está supeditada a la raza, sino al talento.

Es más, al año siguiente, la rubia corredora estampó en el maratón de Londres un registro planetario increíble de dos horas, 15 minutos y 25 segundos, que sigue imbatible.

“Ebony and Ivory’’…

Tal como dice la balada: “Ébano y Marfil viven en perfecta armonía’’. Y el panorama de los 42 kilómetros lo comprueba. La progresión de las marcas mundiales de maratón asevera que ni el color ni la raza son determinantes y que el avance sólo exige talento.

Si no fuera así, ¿cómo se explica en la progresión del tope mundial, de los nueve hombres que han logrado bajar las 2hr.10,00, cuatro son africanos, uno afroamericano y cuatro de raza blanca: los etíopes Haile Gebrselassie (2hr.03,59) y Belayneh Dinsamo (2hr.06,50), el keniano Paul Tergat (2hr.04,55), el marroquí Khalid Khannouchi (2hr.05,38), el brasileño Ronaldo da Costa (2hr.06,05), los australianos Derek Clayton (2hr.08,33) y Rob de Castella (2hr.08,18), el británico Steve Jones (2hr.08,05) y el portugués Carlos Lopes (2hr.07,12)? Es más, tras ellos y en el décimo lugar en esta lista, se ubica el japonés Morio Shigematsu (2hr.12,00). O sea casi todo el abanico de razas está presente en el máximo rendimiento.


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Y en el área femenina, de las siete maximarquistas planetarias que han bordeado o bajado las 2hr.25,00 también el panorama racial está abierto: las noruegas Grete Waitz (2hr.25,28) e Ingrid Kristiansen (2hr.21,06), la estadounidense Joan Benoit (2hr.22,43), la kenianas Tegla Loroupe (2hr.20,43) y Catherine Ndereba (2hr.18,47), la japonesa Naoko Takahashi (2hr.19,46) y la gran maximarquista de nuestros días, la británica Paula Radcliffe (2hr.15,25).


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Cuestión de Circuito

Hay circuitos lentos y circuitos rápidos. Y la velocidad de cada prueba está dada no sólo por la calidad de sus participantes de elite, sino que especialmente por la combinación entre la topografía del maratón (cantidad de desnivel; secuencia de subidas y bajadas; y cantidad de kilómetros en plano), el clima (temperatura y humedad), y el recorrido propiamente tal (mientras más recto, mejor tiempo permite).

Las maximarcas se baten preferentemente en circuitos llanos como los de Berlín, Londres, Chicago, Rotterdam o Fukuoka, donde las condiciones están dadas para ello. Un vistazo a la evolución de las maximarcas mundiales lo corrobora: en los últimos en 30 años, de las 10 plusmarcas masculinas mejoradas, cuatro se ha batido en Berlín, incluido el vigente crono de Haile Gebrselassie; dos en Rotterdam; dos en Chicago; una en Londres; y una en Fukuoka.

Y, ojo, que esos trazados míticos por la velocidad que se alcanza, son los únicos donde el ser humano ha logrado bajar de las 2hr.05,00. Claro, hay que agregar al de Dubai, donde si bien no se han batido marcas orbitales, el gran “Gebre’’ ha conseguido rebajar dos veces esa frontera contra reloj.

En el terreno femenino, lo mismo: de las plusmarcas globales bajo 2hr.25,00 dos se han rebajado en el trazado londinense, empezando por el actual registro planetario de la británica Paula Radcliffe; dos en Berlín; dos en Chicago; y uno en Boston y uno en Rotterdam. Y si se trata de límites, los únicos circuitos en los que se ha logrado bajar de las 2hr.20,00 son los de Londres, Chicago, Berlín y en una ocasión cada uno, Seúl y Beijing.

Chile, a años luz …

Manuel Plaza fue uno de los 69 participantes en los 42.195 metros aquel 5 de agosto de 1928, en los Olímpicos de Amsterdam. A las 15:43 hora local, comenzó su histórico cometido. Sufrió intensos dolores en una rodilla y tal vez producto de ello se despegó demasiado tarde del pelotón. Pero se recuperó y en el kilómetro 35, ya había pasado del 51º lugar inicial, al sexto. En el kilómetro final se colocó a 50 metros del puntero, el francés Boughera El Ouafi.

Dado el enorme resto físico con que avanzaba el chileno, para todos su triunfo ya era indiscutible. Pero El Ouafi sacó un segundo viento y no dejó que Plaza se le acercara ni un centímetro más. Al chileno le sobró energía, al punto que tras cruzar segundo la meta dio la vuelta olímpica completa recibiendo el aplauso del estadio, mientras que pese a su triunfo, el galo, oriundo de Argelia, caía en la pista.

Fue la época más brillante del maratón criollo. Por la medalla y porque con el crono logrado por Plaza, de 2hr.33,23, el fondista se ubicó a sólo un 2,6 por ciento de la maximarca planetaria de la época (2hr.29,01).


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Hoy, sin embargo, el nivel técnico del fondismo chileno, que tiene su mayor expresión en los 42 kilómetros, está a años luz del nivel mundial. Omar Aguilar, con 2hr.12,19 (1988) lleva nada menos que 22 años al mando de la maximarca nacional. Y ésta se corresponde con el crono planetario del gran Abebe Bikila en los Olímpicos de Tokio ’64 (2hr.12,11). Es decir que bajo este parámetro, nuestro retraso respecto del tope planetario alcanza a los 46 años: medio siglo.

En damas, la diferencia también es remarcable. La sólida Érika Olivera trabajó cada segundo de su vida en el alto rendimiento en busca del progreso: y lo consolidó en 1999 en Rotterdam, con su plusmarca criolla de 2hr.32,23. Un registro que se corresponde con el tope mundial anotado por la noruega Grete Waitz en Nueva York en 1978 con 2hr.32,29. Es decir que el crono chileno está a 22 años de la maximarca global: un cuarto de siglo.


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Agreguemos a ello los durísimos datos que ofrece el ranking nacional anual: en los últimos tres años, la mejor marca criolla para los 42K son las 2hr.15,37 de Roberto Echeverría en 2008; y las 2hr.36,19 de la longeva Érika Olivera en 2009, quien no se resiste a ver cómo se apaga el alto rendimiento en el asfalto.

¿Por qué, entonces, si Chile es un país de buenos fondistas; si la actividad masiva repleta el calendario local sobre 10 kilómetros; por qué si hay tanto talento en los campos sureños, pues como dicen, “para ser un buen fondista hay que venir del sur’’, a la hora de mirar las marcas estamos en pleno subdesarrollo?

Razones para esta sinrazón hay varias y son claras: la actividad competitiva apropiada para el alto rendimiento contra reloj, es escasa. Los circuitos maratonianos son prácticamente inabordables si lo que se desea es mejorar marcas, porque parecen hechos en contra del atleta, con subidas devastadoras. Y la posibilidad de competir en los trazados internacionales, los rápidos, es casi inexistente para las condiciones económicas de nuestros mejores fondistas.

Es más: la gran opción para que los corredores nacionales pudieran mejorar cronos estaría en lograr que en Santiago se hiciera un maratón de buen trazado, es decir, con un course lo más plano y regular posible.

Sin embargo nuestra capital no presenta tales condiciones: por dondequiera que se oriente un maratón, se ha de pasar inevitablemente por un largo tramo en subida de casi media distancia, con una diferencia altimétrica de casi 150 metros entre su punto más bajo y su punto más alto. Tal vez podría direccionarse el recorrido hacia las afueras de la capital, pero ese contradice absolutamente con el objetivo turístico de todo maratón citadino: mostrar la ciudad.

La oportunidad entonces está en salir fuera, como lo hicieron en su momento nuestros atletas más consolidados: Omar Aguilar y Érika Olivera se fueron a Rotterdam y allí, en llano puro, estamparon marcas que si no corremos rápido, habrán de seguir por muchos años al mando de la pizarra criolla.

Por María Elena Guzmán M. (Febrero ´11)

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El atleta nacional no vidente Cristian Valenzuela cerró de manera brillante su paso por el Campeonato Mundial Paralímpico 2011 al adjudicarse esta tarde la final del maratón del torneo planetario que se disputa en Nueva Zelanda.

El mejor resultado de todos los tiempos del atletismo paralímpico chileno vino de la mano de un récord del campeonato mundial, luego que el fondista capitalino impusiera una marca de 2 horas, 41 minutos y 04 segundos. El récord del torneo la tenía el japonés Yuichi Takahashi con 2:45.21.

La medalla de plata en la final de la serie T11 (ciegos totales) fue para el italiano Andrea Cionna con 2:41.39 y el bronce fue para el japonés Shinya Wada con 2:43.26.

Oro y plata en el resumen final
Una presea de oro y una de plata logró conseguir Cristián Valenzuela tras una semana de intensa competencia en Christchurch. La primera medalla la alcanzó cuando remató en el segundo lugar en la final de los 10 mil metros.

Luego el seleccionado nacional clasificó a la final de los 5 mil, donde en primera instancia remató en el tercer lugar y tras el reclamo del equipo de Kenia fue relegado por el Comité Organizador al cuarto puesto.

http://www.chileparalimpico.cl/

y no solamente la informacion.. comparto la refleccion realizada por María Elena Guzmán...

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